Que el ser humano es un animal especial tiene su razón en la capacidad intelectual para entender y moldear aquellos procesos naturales que son comunes para todas las especies. Nuestro desarrollo cerebral nos permite entender, asimilar y, a su vez, modificar y utilizar los resultados en nuestro propio beneficio. Sencillamente somos seres razonables.
Es por ello que el sexo, su sola mención, enciende todas nuestras alarmas internas, agudizando todos los sentidos. Nuestra naturaleza juega un papel esencial, la necesidad instintiva de procrear, pero no se queda ahí. Somos conscientes de su disfrute. Sabemos el placer del sexo. Es imposible sólo pensar en el acto sexual como simple forma de apareamiento, tampoco podemos quedarnos sólo en el ritual, pues éste es también propio de los habitantes de este planeta. Hemos conseguido razonar el sexo como algo satisfactorio culturalmente, como hito de las relaciones sociales, como demostración de nuestras pasiones. Conocemos su enorme poder, y por eso ha sido y es en muchas regiones del planeta, un tema tabú.
Nuestra contemporaneidad, nuestra apertura hacia el entendimiento antropológico después de conocer nuestra evolución nos ha permitido librarnos de molestos prejuicios y ahondar en un tema cada vez menos peliagudo. Tanto es así, que incluso me atrevería que hablar de sexo en libertad es sinónimo de modernidad social. Abrir nuestros sentidos en post de una normalización de algo absolutamente natural supone un hito cultural, propio de sociedades occidentales, libradas de prejuicios inciertos, achacados a tradicionales creencias que en pleno siglo XXI y en ciertas regiones, se desmoronan por su propia incapacidad.
Sexo implícito/explícito versa en torno al poder de la imaginería en cuanto al sexo se refiere. Durante algo más de una semana (del 3 al 11 de noviembre de 2011), la Sala de Exposiciones de la Facultad de Bellas Artes de Madrid ha acogido una colectiva de jóvenes artistas que arman un discurso basado en la escenografía sexual, que en realidad hablan de un ámbito privado y a la vez público, una contradicción del sexo actualmente, como acto íntimo y a su vez digno de ser compartido. La muestra, comisariada por Miriam Garlo y Toya Legido, en el marco del programa acciones complementarias que coordina el Vicedecanato de Extensión Universitaria se inauguró con la performance de Julia R. Gallego, homónima a la exposición. El recorrido presenta la visión de artistas jóvenes, que a través de diferentes medios, como la video instalación o la fotografía reflexionan sobre el imaginario colectivo del sexo, tan recurrente en el mundo actual, plagado de rápidas imágenes, donde hemos perdido gran parte de aquella sensibilidad de los rombos rojos.
En una exhibición de luces y sombras, donde no todo reúne lo suficiente, también hay piezas destacables, como las flores sabiamente delicadas de Pilar García Campo o la visión de una cisterna, testigo diario de relaciones homosexuales, captada por el objetivo de Jorge Pérez Higuera. Aunque no todas las obras se entienden en el contexto, la colectiva consigue la difícil tarea de continuar un discurso sin demasiados sobresaltos, y aunque la sensación general no es genial, no deja de ser una muy buena reunión de obras capaces de dialogar entre ellas sin demasiados malentendidos, ayudadas quizás por las buenas formas (cargadas de humor y sencillez, una mezcla perfecta) de Pablo Corbalán.
Siempre es interesante conocer la visión de jóvenes que han decidido soportar la responsabilidad de reflejar la contemporaneidad a través del arte, de un viejo paradigma recurrente en toda la Historia del Arte, el sexo y su representación. Desde luego la tarea no es fácil, y eso se nota.
Juan Jesús Torres, 2011.
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